Nicolás
de las Cuevas Cabiedes, un indiano con garra
No se había
llegado aún a la mitad del siglo XIX cuando una pareja
de jóvenes del concejo de Bedoya deciden contraer matrimonio.
Por aquella época, lo más natural era que los matrimonios
se celebrasen entre personas del mismo pueblo, o lugares muy cercanos.
Así ocurrió en este caso. Pedro de las Cuevas, que
había nacido en Trillayo, era el nombre del joven y Bruna
de Cabiedes, que lo había hecho en Esanos, el nombre de
la moza. Ambos formaron una humilde familia que vivía principalmente,
como la mayoría de los vecinos del valle, de las labores
propias de la agricultura y ganadería. Fijaron su residencia
en Esanos y de éste matrimonio nacieron cuatro hijos: Juana,
Nicolás, Agustina y Paula. Nicolás era el segundo
de ellos y nació el día 6 de Diciembre de 1.846.
Cuando Nicolás
tenía nueve años, un triste y fatal desenlace acontece
en la familia que le marcaría para el resto de su vida,
como fue la pérdida de su padre. La madre, Bruna, se vio
y deseó, a base de mucho trabajo, para saciar aquellas
cuatro bocas y poder darles una pequeña educación.
A trancas y barrancas aprendieron a leer, escribir y las cuatro
reglas. Pronto Nicolás llamó la atención
del maestro por su trabajo, su esfuerzo, su sapiencia y su inteligencia;
tanto es así que en sus horas libres, el cura de la Parroquia,
Don Santos Gutiérrez, mientras los demás niños
se dedicaban a jugar por Esanos, le impartía clases en
su domicilio.
A los catorce años,
en cuanto deja la escuela, Nicolás se dio cuenta de que
en Esanos no tenía porvenir. Él era un joven emprendedor
y Esanos se le quedaba pequeño. Animado por el cura Don
Santos, todas sus ansias se vuelcan en poder emigrar a América.
Veía y oía a los indianos que regresaban de allá
y le parecía que aquello era lo sumo, lo que él
estaba buscando. Le expone estas aspiraciones a su madre. A la
señora Bruna no lo disgusta la idea, pero hay un gran y
grave inconveniente: la falta de liquidez para emprender el viaje.
D. Santos también animaba a su madre ya que creía
que América, sobre todo México, era una fuente de
trabajo, de dinero y de oportunidades. Así fue pasando
el tiempo hasta que por fin Bruna, su madre, decide poner a la
venta dos casas que tenía de la herencia de su marido en
Trillayo. El valor de dicha venta ascendió a 1.000 pesetas
con las cuales pudo emprender Nicolás su añorado
viaje hacia México.
En México
se dedicó en un principio al comercio, para pasar luego
en el año 1.872 a trabajar en la Hacienda de Solís,
en el municipio de Charcas, Estado de San Luis de Potosí,
pasando posteriormente a México capital, aterrizando por
fin en Senguio, Estado de Michoacán. Una vez en Michoacán,
su experiencia en el comercio le fue de gran utilidad, y después
de años de trabajo vendiendo, comprando e intercambiando
bienes, se hizo dueño de varias hectáreas de tierra
entre los pueblos de Irimbo y Senguio para construir allí
la Hacienda de Tarimoro. Nicolás de las Cuevas corrió
con suerte y pronto se convirtió en un gran hacendado,
dueño y señor de todos los bienes que producía
la hacienda, así como de sus instalaciones: una iglesia,
panadería, granero, caballerizas, etc.
Contrajo matrimonio
con la señorita Feliciana Juárez y pronto ven florecer
su unión con la llegada de su primogénito, llamado
Severo, nacido en el año 1.876, llegando posteriormente
una niña que la pusieron por nombre Rita.
En Tarimoro, juntamente
con su hijo Severo, fundó la sociedad llamada "Nicolás
Cuevas Sucesores" y adquirió además
un sistema innovador de irrigación que permitió
que sus cosechas de maíz, trigo, cebada, garbanzos, chícharo,
frutales etc., fueran aún más productivas. En un
balance sacado de la época, tenía 1.339 cabezas
de vacuno, 530 vacas paridas, 224 bueyes mansos, 535 borregos,
chivas y chivos 15, 129 puercos, y todo controlado por 33 peones,
aparte del personal de servicio de la casa.
Nicolás
fue una persona que adoraba a su familia. Siempre estuvo pendiente
de su madre y hermanas que dejó en España, no faltándoles
dinero para que vivieran dignamente. Aleccionaba y aconsejaba,
con un lógico resentimiento, a sus convecinos: "Lo
que hace falta a muchos paisanos que salen de Liébana,
es que se guarde mucha moralidad, porque a los cuatro días
no sabemos ni queremos saber de quien dependemos, ni a quien debemos
el ser". En contrapartida también su
madre y hermanas le mandaban productos que Nicolás esperaba
y recibía con sumo agrado y que le encantaban, como eran
los productos lebaniegos; chorizos, morcilla, lomo, queso, castañas,
incluso toneles de vino salieron de Esanos rumbo a México.
En 1.886 regresó
a España y sería ya la última vez que vio
viva a su madre, pues dos años después, en el año
1.888, Bruna fallecía en Esanos. Nunca se olvidó
tampoco de sus hermanas. Acordándose de las mil pesetas
que recibió de su madre para su marcha a México,
decide devolverlas con sus correspondientes intereses. Sus hermanas
Paula y Juana, que eran solteras, se las “perdonan”,
no así su otra hermana Agustina que tenía otras
obligaciones: casada y con hijos. Tres años después
del fallecimiento de su madre, fallece también el 23-12-1891
su hermana Juana; tenía 46 años y una bronco neumonía
la llevó.
Como buen indiano,
nunca se olvidó tampoco de sus vecinos del valle de Bedoya.
Viendo las sumas necesidades que tenían, les organizó
la forma de componer una Junta vecinal, con sus correspondientes
estatutos, para salvaguardar los intereses ganaderos comunitarios.
Nicolás les cedió una extensa finca que tenía
en Bedoya para que pudieran alimentar con su hierba a los toros
tudancos que tenían en común. Así mismo mandó
construir en San Pedro, y a sus expensas, un nuevo corral del
Concejo para guardar a los animales que habían infringido
el paso a fincas particulares, o acotadas. Y como no todo era
trabajar, también mandó construir, para ocio de
todos, el cierre con piedra de la bolera de San Miguel, así
como dotarla de unas gradas; allí se reunían los
Domingos todos los vecinos del valle a jugar a los bolos como
única distracción de la época. Su coste ascendió a 1.000 pesetas.
En su vida tuvo
que abrirse paso en múltiples y variadas situaciones. No
todo fueron glorias y éxitos, también le tocó
vivir etapas comprometidas. En cierta ocasión, en México,
tuvo que efectuar una venta de varias decenas de vacas, lo que
le reportó una sustanciosa cantidad de dinero. Pero al
regreso a su casa, en un descampado, sufrió los rigores
de un asalto por gente malhechora. Le golpean, le maltratan y
por supuesto le quitan todo el dinero que llevaba encima. Antes
de huir, los ladrones le atan a un árbol y le dejan abandonado.
Allí permaneció, herido, maltrecho, desangrándose,
sin poder pedir más ayuda que la que Dios le tuviera preparado.
Pasaron muchas horas durante las cuales tuvo tiempo de acordarse
de todos y de todo. Y allí hizo la promesa de que, si salía
con vida, construiría una ermita en el valle de Bedoya
bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe.
Y ocurrió el milagro: por allí apareció un
campesino, Dios sabe de donde, que pudo quitar los amarres y liberar
al inmovilizado Nicolás.
Pronto quiso cumplir
su promesa. En el año 1.898, en un altozano donde se domina
buena parte de Liébana, en su viña de Sierratama,
mandó construir la capilla y ordenó en su testamento
que una cuarta parte de la producción del resto de la viña
se emplee en el mantenimiento de la ermita, y el resto, o el sobrante,
se destinará en misas que se dirán en la capilla
por el descanso de su alma.
Nicolás
fue un hombre de profunda fe religiosa y de una rectitud envidiable;
gran devoto también de la Virgen de la Luz, en las montañas
de Peñasagra, donde decía que "podía
ser mi morada". Educado, agudo de ingenio y
de inteligencia pronta y clara, con un gran amor por su familia.
Por otra parte, tampoco carecía de orgullo; solía
decir que lo importante era "tener buena salud
para trabajar y no tener que rendirle el sombrero a nadie".
Tarimoro contaba
con todo lo necesario para llevar una vida de privilegios no sólo
para la familia Cuevas, sino también para los obreros.
Estos podían asistir a la escuela de la hacienda que Nicolás
mismo dirigía con el fin de alfabetizar a todo aquel que
trabajara allí. Así mismo un sacerdote acudía
todas las semanas a decirles la misa dominical en la iglesia que
había construido en la Hacienda.
A pesar de la buena
relación que había llevado siempre con sus obreros,
Nicolás sabía de la existencia de algunos rebeldes
que conspiraban a favor de la causa revolucionaria que por aquellos
tiempos asomaba en México, en contra de los grandes propietarios
de tierras como él, vislumbrando que la Revolución
estaba creciendo como una bola de nieve.
Nicolás
fue notando que su salud se resentía y presintiendo su
muerte, otorgó testamento en la ciudad de México
el 26-07-1.906. Viendo que no se restablecía por completo,
le pidió a su hijo Severo una última voluntad: regresar
a su país natal, al valle de Bedoya, a morir en paz. Inmediatamente
Severo prepara el viaje y, con su familia, parte rumbo a España,
pensando también que era un buen momento para huir de la
inestable situación de México.
En el mes de mayo
de 1.908 inician el viaje en tren hacia Veracruz y el día
16 del mismo mes toman el vapor "Alfonso XIII" emprendiendo
todos el que sería el penúltimo viaje de Nicolás.
Una vez en el viejo continente, y sin pasar por Liébana,
se llegan hasta París donde están unos días
para luego trasladarse a Roma, donde los recibió el Papa
Pío X y les impartió su bendición Apostólica,
regresando a España. La salud de Nicolás se iba
debilitando y apenas pudo llegar con vida a Liébana, ya
que falleció el 10 de Agosto de 1.908. En la ermita, su
ermita, de la Virgen de Guadalupe, se le hizo una misa-funeral
de cuerpo presente, cumpliendo con su postrero deseo. Sus restos
reposan en el panteón familiar del cementerio de San Pedro
de Bedoya.
- Aportación
familiar facilitada por Karla Zárate Sánchez en
su tesis de Licenciada en Lengua y Literatura Hispánica.
- Archivo particular
José Angel Cantero - Año 2.008,
centenario de la muerte de D. Nicolás.