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"Es un honor para mí que me hayas inscrito en el “libro de honor”  del valle de Bedoya, de donde proceden mis genes montañeses. Te adjunto la entrevista que publica en este mes de octubre la revista “Andalucía en la Historia”, con foto incluida. Además, este mismo mes se presenta en Madrid el tomo tercero de mi obra MADRID EN TIEMPOS DEL “MEJOR ALCALDE” que se ha ido publicando cada trimestre de este año, en 4 tomos. Lo publica la editorial catalana ARPEGIO y hacen descuentos si se piden los 4 tomos (pedidos@editorialarpegio.com ). Quizás haya en la inmensidad de la Liébana alguno que se interese por la historia de España en el siglo XVIII. Aténtamente: Francisco Aguilar Piñal".

De esta manera se explica Francisco Aguilar Piñal, que nos remite la comentada entrevista para su difusión en ésta página.

Entrevista a Francisco Aguilar Piñal

“El Setecientos ha sido menospreciado por muchos historiadores andaluces”

Por: ALICIA ALMÁRGEGUI ELDUAYEN - CENTRO DE ESTUDIOS ANDALUCES

Francisco Aguilar Piñal es el gran experto en el siglo XVIII español. Nacido en Sevilla en 1931, su carrera académica ha discurrido en Madrid donde ha ejercido como Profesor de Investigación del Instituto Cervantes del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Autor de más de sesenta libros y centenares de artículos, ha recibido numerosos premios y nombramientos académicos. Investigador, humanista bibliófilo, erudito y buen divulgador, entre todos sus trabajos, destaca  su monumental Bibliografía de autores españoles del siglo XVIII (1981-2002) en diez tomos, de consulta obligada para todos los investigadores del setecientos español. La Sevilla de Olavide (con tres ediciones) o los cuatro tomos de reciente aparición sobre Carlos III y la corte titulados Madrid en tiempos de su mejor alcalde (editorial Arpegio) forman parte del enorme corpus intelectual de este historiador de la cultura.

Nacido en Sevilla, estudió Filosofía y Letras en Murcia y en Madrid. ¿Qué le impulsó a salir de Andalucía?
 A mediados del siglo XX no existía todavía en la Universidad de Sevilla un departamento específico de Filología. Pero tuve la suerte de asistir a las clases de los mejores filólogos españoles de la época: Ángel Balbuena Prat, Mariano Baquero Goyanes, Rafael Lapesa y Dámaso Alonso, entre ellos. Este último me dirigió la tesis de licenciatura sobre Manuel Reina, un poeta andaluz, de Puente Genil, preterido por la crítica, aunque fue el iniciador del Modernismo literario, gloria que después le arrebataron los poetas hispanoamericanos. Mi tesis se publicó en 1968 con el título de ”La obra poética de Manuel Reina”.

¿Cómo fue su tránsito de la Filología a la Historia?
Después de terminar mi carrera universitaria volví a Sevilla, donde ocupé un puesto de Ayudante de Literatura durante cuatro años en la cátedra de López Estrada, quien dirigió mi tesis de doctorado. Aquí ocurrió el cambio, ya que, habiéndose percatado de mi inclinación a la investigación documental, me propuso un tema de tesis más histórico que literario: el origen y primeros años de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, cuyo archivo permanecía virgen. Se puede decir que en esos años de trato diario con el archivo académico mi vocación filológica quedó supeditada a la crítica histórica, con bastante éxito, por cierto, ya que la tesis consiguió el primer premio del CSIC en 1962.

¿Fue su primera investigación sobre el Setecientos?
 Sí. El estudio del archivo académico no sólo me valió para culminar mi tesis, sino que me señaló el camino a seguir en el futuro. Ya no podría escapar a la tentación de sacar provecho a tanto trabajo. La cantidad de documentación reunida, en archivos y bibliotecas nacionales y extranjeros, me permitió sacar a luz mi estudio La Sevilla de Olavide, Historia de Sevilla en el siglo XVIII, La Universidad de Sevilla en el siglo XVIII, tres series de Temas sevillanos (1972-1998) y Sevilla y el teatro en el siglo XVIII. Además, me puso en la pista de un académico de aquella época, casi desconocido, cuya biografía tracé por primera vez, y que fue publicado por el CSIC en 1987, con elogios de la crítica especializada: Un escritor ilustrado: Cándido María Trigueros.

El gran reformador ilustrado Pablo de Olavide ha sido uno de los protagonistas principales de sus trabajos. ¿Cómo lo descubrió?
Aunque me tropecé varias veces con Olavide al redactar mi tesis, debo reconocer que el impulso de estudiar su obra me vino al leer la biografía de Marcelin Défourneaux, que me abrió los ojos sobre su importancia para la historia de Andalucía. Fue Asistente de Sevilla y al mismo tiempo Intendente de las Nuevas Poblaciones de Andalucía, con la capital en La Carolina. Un hombre que perdió el favor del rey Carlos III, a cuya política de modernización había contribuido con entrega y eficacia, por culpa de los frailes que se oponían a las reformas. También he escrito algo sobre los panfletos y falsas y grotescas denuncias que lo llevaron a la prisión y al destierro. Su reivindicación pasa por señalar con el dedo a los fanáticos religiosos (agustinos, capuchinos y jerónimos de la Cartuja sevillana) que se burlaron de él, lo denunciaron en infames sátiras y consiguieron que la Inquisición lo persiguiera con saña. Me basta con resaltar el nombre del jerónimo sevillano, enemigo acérrimo de las Luces, fray Fernando Cevallos.

Cree usted que el esplendor de las etapas que preceden (y siguen) al Setecientos — Siglo de Oro y las Cortes de Cádiz— han contribuido a que esta etapa, fundamental para entender el tránsito hacia la Andalucía contemporánea, haya sido objeto de una atención menor? ¿Hubo un antes y un después tras las celebraciones del bicentenario de la muerte de Carlos III en 1988?
Quienes sean mayores de 50 años recordarán que el siglo XVIII estaba ausente de los planes de estudio, tanto en el Bachillerato como en la Universidad. Del Siglo de Oro (por cierto, esta expresión fue un hallazgo del XVIII) se saltaba al Romanticismo, porque el XVIII estaba en desgracia desde Menéndez Pelayo y no se consideraba interesante ni su historia ni su literatura. La exaltación de Carlos III en 1988 no hizo más que reforzar el interés por el “Siglo ilustrado” que el hispanismo extranjero había fomentado con sus estudios desde mediados del siglo XX. Cádiz y la primera constitución española están en la raíz de ese interés, como lo están las Nuevas Poblaciones y la actuación de Olavide como Asistente de Sevilla.

¿Qué significa su afirmación de que “Carlos III de Borbón se formó en Sevilla?
Imagino que más de un lector pondrá cara de extrañeza al leer que “Carlos III de Borbón se formó en Sevilla”. Dicho así, de forma tan escueta, puede no ser totalmente cierto, pero tampoco es una afirmación gratuita, aunque requiere una explicación detallada y extensa que la avale. Está relacionada con el Lustro de la Corte en Sevilla, es decir, los cinco años que vivieron en el alcázar sevillano los miembros de la Real Familia que habían asistido en Badajoz a la boda del infante don Fernando con la portuguesa Bárbara de Braganza, después reyes de España. En esos años, el primogénito de Isabel de Farnesio, el infante don Carlos, entonces un adolescente de trece años, completó su formación escolar con la fascinación que a cualquier chico de esa edad le produce la singularidad y belleza de los monumentos, los colores y los olores únicos de Andalucía. Las frecuentes charlas con el lego fray Sebastián hicieron mella religiosa en su ánimo, hasta el punto de pedir al Vaticano su canonización, siendo ya rey de España. No lo consiguió pero su vida religiosa fue ejemplar.

¿Por qué se marchó Carlos III de Sevilla?
En 1731, año en que murió su abuelo materno el duque de Parma, sin hijos, el azar determinó el futuro próximo del infante. Le tocó en herencia la soberanía del ducado, con residencia en el palacio Pitti de Florencia, la ciudad de los Medici. En el larguísimo viaje por tierra, desde Sevilla hasta llegar a las costas de Italia, Carlos tuvo ocasión de conocer mejor Andalucía, viajando con un numeroso séquito a través de los boscosos caminos de Despeñaperros, imagen que le vendría a la mente muchos años después al crear las Nuevas Poblaciones para colonizar tierras baldías, combatir el bandolerismo y fomentar la agricultura andaluza. Los casi treinta años que reinó en Nápoles y Sicilia le valieron de insuperable experiencia para el gobierno posterior de la Monarquía Hispánica, caso único en las monarquías de Europa.

¿Sería acertado afirmar que la sociedad andaluza estuvo dividida entre reformistas y conservadores?
 Desde luego. Pero no solamente en el ámbito andaluz, sino en toda la sociedad española, sustentada en el privilegio y la desigualdad. La mitad de la población era analfabeta, no sólo en el campo, sino también en las ciudades, conformista, católica y monárquica por tradición. Lo que convierte al siglo XVIII en un “Siglo ilustrado” es, precisamente, la necesidad creciente de aumentar los saberes que eran moneda corriente en Europa. La grandeza del rey Carlos III, aun siendo rey “absoluto” (que no “despótico”) consiste precisamente en que, aunque con timidez y sin enfrentarse abiertamente con el estamento conservador, abrió los cauces de la libertad, entendiendo que, sin ella no se conseguiría ni la pública felicidad ni la modernización de España.
La división ideológica en el siglo de la Ilustración es tan evidente como en todas las etapas de la historia. Un solo ejemplo, pero muy significativo, es el que narra en su excelente novela "Hombres buenos" (2015), el académico Arturo Pérez-Reverte, único que lo puede hacer con conocimiento de causa. La trama recoge la división ideológica en la mismísima Real Academia Española, parte de cuyos miembros se oponen a la compra de la Enciclopedia francesa, y organizan un complot violento para impedirlo.

¿Cree usted que esa división ideológica se mantuvo en centurias posteriores?
No me gusta hablar de ideologías, sino de mentalidades, concepto mucho más amplio y complejo, como nos enseñó José Antonio Maravall. El liberalismo, que nace en el reinado de Carlos III va modificando las mentalidades, conforme se suceden las generaciones. ¿Quién puede creer que un andaluz de la Guerra de Sucesión puede pensar lo mismo que sus nietos o biznietos coetáneos de las Cortes de Cádiz? La división del pensamiento humano, por mucho que varíe, siempre estará presente en la vida. Ni somos muñecos de madera ni cerebros uniformes. Hay tantas formas de pensar como individuos, y ningún poder, humano o divino, conseguirá jamás el pensamiento único, que nos convertiría en robots, al servicio de alguien.

¿Qué motivó a la Monarquía a firmar la expulsión de la Compañía de Jesús en 1767?
La expulsión de los jesuitas en toda la Monarquía Hispánica el año 1767 ha sido motivo de escándalo y de reprobación del rey Carlos III, por impío y cruel. Nada más erróneo. Este rey era tan devoto católico como el que más y la expulsión no tuvo motivos religiosos, sino políticos. Corrió el bulo, infundado, de que los jesuitas estaban propagando, en secreto, la falsa idea de que el rey era hijo del cardenal Alberoni. Esto sólo hubiera bastado para promover la ira de cualquiera, pero no explicaría que esa ira se hubiera extendido a otros países europeos, que también los expulsaron. No se puede sostener la tesis de la persecución de los políticos ilustrados (aunque los hubo), sabiendo que desde el siglo anterior ya se habían ido publicando folletos clandestinos en toda Europa contra la Compañía. El propio rey dijo a sus confidentes que “guardaba en su corazón el motivo de la expulsión”. Más allá de las cábalas que se puedan hacer, Carlos trató con caridad y munificencia a los jesuitas expulsos: les permitió que llevasen sus pertenencias, les procuró auxilio para que la travesía hasta los Estados pontificios fuera más llevadera; les dio licencia para publicar sus libros en España y se mantuvo informado de sus necesidades. Esto no impideque se pueda considerar cruel y desatinada la expulsión, que dejaba abandonada la mejor educación de sus colegios en la España de la Ilustración. Pero no es menos cierto que todos los obispos (siete) que formaban parte del Consejo de Castilla aprobaron la medida y que las demás órdenes religiosas se frotaron las manos y celebraron con alegría la condena de sus grandes rivales en la vida espiritual de la católica España.

Carlos III creó el Archivo de Indias para reunir en un solo lugar los documentos referentes a Indias hasta entonces dispersos en Simancas, Cádiz y Sevilla. ¿El combate contra la leyenda negra fue una de las obsesiones del rey ilustrado?
Felipe II y la leyenda negra estaban ya muy lejos, pero la opinión europea se mantuvo (quizás por envidiosa rivalidad con el imperio hispánico) en sus ideas negativas sobre el pueblo español, que fueron recogidas en la Encyclopédie de Diderot a mediados del XVIII, y más tarde (1784) en la más breve Encyclopédie méthodique, que incluía la ofensa pública más grave que se había hecho nunca a España, con la firma de un filósofo antiespañol, Masson de Morvilliers, que se preguntaba “¿Qué le debe Europa a España?”. Los españoles más cultos del momento se revolvieron contra este artículo y Carlos III ordenó una protesta diplomática. La creación del Archivo de Indias fue uno de sus mayores aciertos. La concentración documental favorecía la investigación sobre la realidad de los virreinatos, como bien saben los muchos americanistas. Al fin, de nada sirvió la amistad hispanofrancesa, ni los lazos dinásticos, y España fue invadida por Francia.

¿Andalucía fue una avanzadilla de las Luces?
Siento reconocer que el Setecientos ha sido menospreciado por muchos de los historiadores de Andalucía, como pude comprobar hace unos meses en el número 50 de esta revista, en la que se revisan con gran acierto todas las etapas de la historia andaluza. Todas, menos el siglo de la Ilustración, tan importante para Andalucía, cuando Cádiz hereda el monopolio comercial de Sevilla y se convierte en la capital más culta y cosmopolita del sur de España; cuando el Intendente Olavide organiza las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y restablece el teatro en Sevilla; cuando se crea en esta ciudad la grandiosa Fábrica de Tabacos, el Colegio de Mareantes de San Telmo y tantas otras realidades que desmienten la idea de un “atraso” andaluz, quizás comparándolo con el Siglo de Oro, que si lo fue en las letras y las artes, no ofreció a los andaluces mayor bienestar social y económico que en el XVIII.

Asegura que a lo largo de su carrera lo único que ha procurado es la búsqueda de la verdad, basada en documentos fiables y en las investigaciones de los historiadores serios. ¿Considera que la historia en la actualidad es objeto de manipulaciones interesadas?
 La historia siempre será manipulada por intereses particulares y partidistas, no precisamente por los historiadores serios y comprometidos con la verdad. Me ha dolido mucho la ley socialista de la Memoria Histórica, que es sectaria y mortal para la convivencia nacional, al reabrir viejas heridas que creíamos cicatrizadas para siempre. No es esa la forma de unir, sino de dividir, todo lo contrario de lo que España necesita. ¿Es que no somos capaces de olvidar y perdonar? La historia es todo lo pasado, y la memoria no puede ser selectiva,  aunque a veces nos duela. Nunca olvidaré que en Londres, muy cerca del monumento al rey Carlos I, se levanta, en los jardines del Parlamento, otro en recuerdo a Oliver Cromwell, que ordenó decapitarlo. La grandeza humana o es racional o no existe. En todo caso, hay que respetar la verdad histórica y construir un futuro de libertad, justicia y fraternidad, sin revolver ni manipular las cenizas del pasado.

¿Cuáles van a ser sus próximos trabajos?
Cuando me jubilé me despedí de mis colegas y amigos asegurando que me despedía también del siglo XVIII. Pero sólo he cumplido a medias. No he vuelto a consultar ningún archivo, pero guardaba tal cantidad de datos que me he atrevido a colaborar en el centenario del nacimiento de Carlos III con otra obra de gran interés, en cuatro volúmenes, con 31 capítulos y más de 6.200 notas, en la que estudio la sociedad madrileña del siglo XVIII: Madrid en tiempos del “mejor alcalde”.

¿Le habría gustado regresar a Andalucía?
 Me alegro de no haber sido catedrático, porque la oposición que hice a investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas me ha permitido publicar obras fundamentales, como la Bibliografía de autores españoles del siglo XVIII en diez volúmenes (1981-2002) que, de otra forma, me hubiera sido imposible compaginar con la docencia. Puedo decir que no he tenido oyentes pero sí lectores. Nunca me han ofrecido una plaza universitaria, excepto la ayudantía de Literatura con López Estrada. En cambio, soy el académico más antiguo en Buenas Letras de Sevilla, honorario por residir en Madrid, y correspondiente en otras varias Academias de Andalucía.

 
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