POR EL CAMINO REAL

EL VALLE DE BEDOYA

Atravesando el pueblo de Tama, hacia el oriente para subir al barrio alto, una vez dejada la carretera, está el viejo camino real, que hasta después de bien mediado el siglo XIX, ponía en comunicación la Liébana con Santander. Por esta calzada trajinaron los arrieros y los mercaderes, bambolearon las carretas en que se exportaba el caldo de las viñas, hicieron sus excursiones de placer los últimos mayorazgos, y por ella penetró en la comarca el reflujo, un poco amortiguado, de la vida social.

A medida que se sube el recuesto, las peñas, que señalan al frente el comienzo de la garganta del Deva, elevan y aguzan su perfil. Y a toda hora del día os envían ráfagas de viento refrescante: que por algo le dicen la Ventosa.
Los tornos del camino y la altura estratégica de la ermita de Guadalupe, permiten contemplar en toda su extensión la amplia vega de Cillorigo, las cimas de los Picos al Noroeste, y Potes y la Viorna al Sur. Siguiendo la marcha dominamos Trillayo que a nuestra izquierda, en un barranco, se aparece. Las arboledas de Bedoya nos acogen ya, y la oscura montaña, revestida de hayedos, nos cierra el horizonte. En estas espesuras hay guaridas de osos y raro es el otoño en que a ellos, o a los jabalíes, no les den batidas los habitantes comarcanos.

Valle y Honor de Bedoya se titulaba este concejo en documentos oficiales de comienzos de la última centuria, y honor es por lo frondoso y fértil. Lo forman con Trillayo, ya nombrado, y con el pequeño barrio de Cobeña que no se alcanza a ver, oculto como está por un repliegue del terreno en la falda de la Ventosa, los pueblos de Pumareña, Esanos, San Pedro y Salarzón, a cual más pintorescos y característicos.

El primero queda a la opuesta margen del río cuya corriente remontamos y su caserío se divisa entre árboles. Próxima a ella se halla la hermosa bolera de San Miguel sombreada por castaños y nogales, en la cual la mocedad del valle libra sus desafíos más sonados.
Esanos y San Pedro, casi unidos, hacen alegre cuadro de fachadas risueñas, ricas huertas y abundantes frutales. En el segundo de ellos se halla la iglesia parroquial, y a su costado hace el camino una revuelta e inicia un pendiente considerable que nos conduce a Salarzón, el poblado más grande de los cuatro, sito a muy buena altura sobre el mar.
Levantó aquí su palacio, de noble raza, un capitalista mejicano, oriundo de Cosgaya; el primer conde de la Cortina, y en él nació su hijo Don Joaquín Gómez de la Cortina, primer Marqués de Morante, el eruditísimo bibliófilo. Deudos suyos viven en la casona, que aún conserva una galería de retratos del linaje ilustre.
Cercana está la iglesia construida a expensas del piadoso magnate, y en un subterráneo de la misma el panteón donde descansan los mortales restos de ambos próceres con los de otras personas de su familia. Sencillo túmulo de cobre con inscripciones, señala la tumba al exterior.

Encima de este pueblo hay unas praderías bellísimas, cercadas de hayas y abetos y regadas por aguas de la sierra. Cerrando el valle álzase la áspera cúspide de las Segadas. El camino, cada vez más pendiente, serpentea en el monte, bordea la fuente de Taruey y asoma al collado y puerto de este nombre.
Pasaneu Mirando desde un picacho en esta altura, se ve cómo la industria humana, que ha necesitado muchos siglos para horadar la tierra, iba antaño, rudimentaria y sumisa, dibujando en sus huellas la silueta de los relieves geológicos. Liébana queda hundida en un agujero; los hombres abrieron sus caminos penosos por los lugares únicos en que se adivinaba una salida. Y para ello, río abajo, bordearon las aguas del Deva y el Cares hacia las Asturias de Oviedo, tallando un sendero en el peñasco. Y hubieron, para ir a las Asturias de Santillana, de remontar la cordillera; y una vez en su lomo dentado, arrojarse de nuevo al abismo buscando el mar.

Porque el mar está cerca. Subid encima de Taruey y Poda por los escarpes de las Segadas y mirad a Levante: veréis al fin de la hendidura que delata el curso del Deva y sobre las últimas estribaciones de los Picos de Europa en la asturiana comarca de Cabrales, la boca de Tinamayor y la ancha cinta azul del Cantábrico. Y en todo el frente, en panorama muy semejante al que desde Peña Sagra se descubre – como que en su prolongación estais y allá a lo lejos se divisa el Cuernón, – Pesués y San Vicente, Comillas, la Requejada y un cabo en el confín de Santander. Y entre el mar y vosotros, pueblos de Peñarrubia y Lamasón, Celis, las alturas de Cabuérniga, los invernales de Tudanca, montes y cordilleras, valles, praderías y puertos en conjunto admirable. Y en la opuesta vertiente, el espectáculo maravilloso del rincón lebaniego y de sus cumbres todas.

Próximo a Taruey se halla el espeso monte de Cordancas, en el que hay una cantera de insuperable piedra de construcción. En edificios de todos los valles lebaniegos y en la iglesia parroquial de Potes hay piedras llevadas desde allí.

En los campos del puerto, abundantes en plantas medicinales, pastan los ganados de Bedoya. En dos grandes lagunas que las aguas de lluvia mantienen inextintas, veréis bañarse con inmovilidad hierática, como en un rito, vacas y bueyes, y tal vez, bullicioso, al perro del pastor, mientras éste hace abarcas y recita un romance añejo y disparatado, o “echa” tonadas y “cantiñas” para divertir su soledad.

Desamparados en verdad son tales parajes. En ellos hay fatalmente que volver el espíritu, con temerosa admiración, hacia los viajes de otras épocas, para los que sin duda habrían de disponerse los mortales como para aventuras fabulosas. Por esta tebaida cruzaron con frecuencia relativa los trajineros que iban y venían de la urbe, y no raros debieron de ser los encuentros con hambrientos lobos.

Más abajo, traspuesto ya el collado de Pasaneo, y pasado el monte por cuya espesura el insólito camino de carro se despeña – después de dar frente un instante al pueblo de Tresviso encaramado entra picachos - hay un lugar que llaman Venta de los Lobos.

Y en tal sitio hay algo que, a no dudar, es ruina de la hospedería, y una piedra de gran tamaño marca los límites de tres distritos municipales: Peñarrubia, Lamasón y Cillorigo. Allí acaba Liébana. El camino, después, rodea unos montículos, se asoma a dar vista a las cumbres boscosas de Tudanca, sube a unas lomas, desciende en rápido zig-zag a los puertos masoniegos, y entra en Cires a unirse a rutas más abiertas al mundo, que bajan a Cabuérniga y Pesués.


(Crónica de “La Voz de Liébana”. Año de 1.913)

 
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