Bodas de oro matrimoniales

En el pueblo de Bedoya celebraron las Bodas de oro en el matrimonio, los esposos Laureano Gómez Lamadrid y Rosa Mayo Barrallo. Dijo la Misa el párroco D. Benigno Verdeja. Pronunció unas emocionantes palabras el párroco de San Salvador, don Teodoro, hijo de estos ejemplares esposos, asistiendo también al acto los hermanos de éste, Natividad, el P. Laureano, Oblato de María Inmaculada y Sor Josefina, religiosa.

Luz de Liébana, Agosto de 1960

Nombres propios

Doña Rosa Mayo Barrallo

Mira lector: decir que cada ser tiene una vida es tan absurdo que no merece la pena repetirlo. Y cuando esa vida cuenta con noventa y tres años, con lucidez, con talento y memoria, ésa vida, repetimos, cobra encanto. ¡Oh, sublime facultad de evocar recuerdos!. Nació doña Rosa, no en la primavera que nos rememora su nombre y nos asocia en la idea su apellido. Nació cuando moría un frío mes de Diciembre del año 1886. Casada y hoy viuda de don Laureano Gómez, con quien hace 68 años contrajo matrimonio en la parroquia de San Pedro de Bedoya, tiene siete hijos, algunos de ellos destacados en el mundo cultural, y vive en la actualidad en Pumareña rodeada de una hija, un yerno y la familia de ambos.

El origen y su venida a Liébana

De niña comenzó a aprender las letras en Villavante y a los 17 años se hizo "ama de cura", precisamente asistiendo en las distintas parroquias que desempeñó su ministerio don José Barrallo, tío carnal de la entrevistada y que fue sacerdote con ejercicio en Bedoya, en donde se tienen de él dos recuerdos: su saber y su temperamento fuerte y vivo. Su actividad en Liébana, y fuera de ella, fue enorme: cientos de veces fue a Castilla para adquirir productos ya comprados o adquiridos mediante el cambio, por ejemplo, de aguardiente por patatas. O a Panes para llevar a efecto el trueque. O a Dobres para adquirir simientes de aquella alta localidad lebaniega.. Y los lunes, cómo no, a Potes para vender las plantas de los semilleros.

Por todo este diario quehacer, que es un ejemplo de madre y ama de casa, no fueron suficientes para frenar la afición a la lectura que dominaba a doña Rosa. Las revistas, El Santo por ejemplo, los libros sobre mil temas, la prensa diario, han sido su afición predilecta. Desde no hace mucho la lectura la hace con gafas, pero no es lejano el día que su vista - mirada profunda de mujer cultivada - , la permitía la lectura sin el uso de medios ópticos. Lectora incansable que la ha formado en tal medida que sus temas de conversación se hacen sumamente amenos.

Júpiter y Mercurio

Vivía nuestra entrevistada en un pequeño pueblo palentino con su familia y con el sacerdote, su tío don José. Una tarde los cielos se enturbiaron. La amenaza de tormenta amedrentó al vecindario, el aire se hizo violento y cambiante; las nubes del color del plomo. Don José se afeitaba en el antiguo palanganero ante el espejo; un rayo penetró por la ventana, o tal vez por la chimenea, descargando su voltaje sobre el espejo en el que se miraba el sacerdote, según dicen atraída la corriente por el azogue (metal) del mismo. Saltaron los vidrios como una bomba, con tanta mala suerte que algunos de ellos penetraron en un ojo del cura, vaciándole el mismo. Él mismo lo dijo con voz patética: "he perdido la visión por éste ojo, ya no tiene remedio".

Y la señora Mayo, conmocionada por los efectos de la descarga, tardó en recuperar su conocimiento. Es una anécdota, triste en este caso, de las muchas que nos puede contar la mujer que hoy ocupa nuestra sección de "Nombres propios".

Aunque nació en Santa Marina del Rey, allá en la limítrofe provincia leonesa, doña Rosa se siente lebaniega: son muchos años por nuestras tierras, concretamente por el valle de Bedoya, en donde se la admira, quiere y respeta. Es una señora en todo, y esto será lo que la ha atraído las simpatías de sus convecinos. Nos ha hecho una demostración de cómo lee los titulares de la prensa sin lentes, claro que ya solo los titulares; para la letra menuda emplea una lupa o unas gafas, pero no es poco todo ello si recordamos su proximidad al cumplimiento de un siglo, al que sin duda llegará y tal vez a "Abuela de la Montaña", dada sus facultades y vitalidad. Y que así sea.

Artículo de Carlos Ganza aparecido en la revista "Liébana mensual" de fecha Abril de 1980.

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